¿Puedo ser víctima de acoso y no saberlo?
Es, por desgracia, muy común el acoso escolar dirigido con especial dureza contra personas pertenecientes al colectivo LGBTI.
Las reacciones ante este tipo de experiencias, una vez han pasado los años, pueden ser muy diversas.
En no pocas ocasiones encontramos algunos pacientes que, habiendo sufrido este tipo de violencia, no son conscientes de ello. Tal vez jamás lo hablaron, nunca pidieron ayuda o, si lo hicieron, fue tratado por las personas responsables (padres, docentes…) como algo normal o sin importancia.
En estos casos se puede producir un fenómeno peligrosísimo que consiste en la normalización del acoso escolar (esto se puede extender, naturalmente, al maltrato de cualquier tipo, violencia de género, intragénero, violencia sexual, mobbing, etc).
¿Entonces cómo sabemos si hemos sido víctimas de acoso escolar?
En ocasiones, cuando existe violencia extrema, verbal o física, parece bastante evidente esta pregunta. Sin embargo en otros casos no es tan claro para la persona que lo vive.
Antes de seguir tengamos presente una cosa. Que un comportamiento sea moralmente reprobable no implica necesariamente que sea (o deba ser) punible. Existen, en ocasiones, zonas muy grises en las que es importante tener en cuenta dos elementos.
- La respuesta emocional sentida por la persona hacia la que se dirige la conducta (sea un gesto, un comentario…)
- La intención con la que actúa el que realiza la conducta (qué desea lograr con su conducta).
Observar estos dos elementos tan simples nos puede ayudar a clarificar situaciones en las que existan dudas.
Por ejemplo, en España estamos muy familiarizados con el uso de palabras malsonantes e insultantes. En muchas ocasiones, para asombro de los extranjeros que visitan nuestro país, estas palabras se utilizan de manera cariñosa entre amigos. Este es un ejemplo perfecto que ilustra cómo no podemos desprender a las conductas del contexto en el que se dan.
La parte más importante de este contexto es el mundo intersubjetivo, ese espacio que se crea entre dos subjetividades, dos mentes que se comunican por medio del lenguaje (verbal y no verbal). Ese es el terreno de batalla que nos puede servir para definir qué es aceptable y que no lo es y, por otro lado, qué es punible y qué no lo es.
Cuando una amiga le dice «zorra» a otra en un contexto desenfadado se sobreentiende que ese apelativo forma parte del juego de la amistad y no implica necesariamente una censura o una descalificación real de la conducta de la amiga. Sin embargo, si tenemos a dos personas entre las que no existe un vínculo de amistad y una de ellas se dirige a la otra de esta manera en seguida se entenderá que lo hace como una agresión.
Sucede en ocasiones que algunas personas, sobre todo adolescentes, comienzan a recibir este tipo de agresiones disfrazadas de bromas presuntamente inocentes y es posible, en estos casos, que les cueste determinar hasta qué punto están siendo víctimas del bullying o si es algo enmarcado dentro de las relaciones habituales de la edad.
El miedo a representarse a uno mismo como víctima de acoso escolar o maltrato puede hacer que algunas de estas personas finjan no sentirse mal ante la agresión y que incluso rían para ocultar su malestar. Cuando esto se convierte en crónico puede llevar a una escalada en la intensidad de la agresión que pone en serio riesgo la estabilidad emocional de la persona que la sufre, puesto que siente, además del daño producido por el acoso, culpa por haberlo consentido inicialmente o por no haber sido capaz de identificarlo de manera temprana.
Encontramos también otro tipo de vivencias en las que sí existe una conciencia más profunda de haber sido víctima de acoso escolar o maltrato, pero aparece una grandísima resistencia a nombrar la experiencia de tal modo. De nuevo verse a uno mismo como una víctima es algo de lo que muchas personas huyen. En el caso del colectivo LGBTI hay una gran resistencia a la victimización, pero no se puede, ni se debe, negar lo experimentado. El dolor hay que aceptarlo y procesarlo, nunca negarlo. Reconocernos como víctimas en una situación puntual no implica convertirnos en víctimas eternas.
Víctimas y verdugos (segunda parte).