«Estar en pareja es vivir separados por un hilo y unidos por un abismo»
Sergio Sinay
Cada vez son más las personas que me encuentro, tanto en un contexto terapéutico como extra terapéutico, que sufren por estar en pareja o penan porque no lo están. Y sin embargo, crear una familia y ser feliz en ella es el proyecto vital más frecuente entre los seres humanos. Proyecto, constituido por distintas fases, no carentes de desafíos y dificultades, y condicionado por la singularidad y particularidad de cada miembro, de lo que parecemos no ser conscientes ni estar preparados para ello.
Uno de los primeros factores que determinará la elección de pareja y la calidad y satisfacción de la misma será cómo hemos adquirido, en nuestra más tierna infancia, las capacidades y competencias emocionales (comunicación, regulación emocional, empatía, valoración personal, capacidad de cuidar…) que se ponen en juego en pareja. Es decir, nuestro vínculo de apego. El vínculo de apego es aquella relación que establecemos al nacer, necesaria para sobrevivir, que nos impulsa a buscar proximidad y contacto para satisfacer necesidades fisiológicas, de seguridad y protección y que ayuda a desarrollarnos física, social y emocionalmente. El resultado de ese vínculo será la adquisición de un modelo interno de funcionamiento, formado por pensamientos, recuerdos, creencias, expectativas, emociones y conductas de nosotros mismos y los demás que regulará mi forma de estar en relación: cómo siento mi valía y la del otro y cómo obtengo cercanía o separación. Lo que dará como resultado cuatro grandes formas de relacionarse y múltiples combinaciones para convivir en tiempos de guerra o paz.
Todo como intento de protección contra los dos grandes monstruos que nos persiguen: la agresión y el abandono.
Los siguientes elementos que condicionarán o afectarán a la pareja serán, lo que los psicólogos llamamos “la mochila emocional”, las experiencias traumáticas vividas, las herencias/tradiciones familiares, nuestros temores, sufrimientos, relaciones pasadas, pérdidas, desilusiones… que cargamos a nuestra espalda y nos atan al pasado. Es decir, muchas de nuestras reacciones en pareja tienen que ver más con el peso que soportamos, que con el otro. Y si no hemos sabido vaciar nuestra mochila de todo aquello que no nos hizo bien será un lastre para vivir la relación como satisfactoria y que avance.
Y es así, con nuestro vínculo y nuestra mochila, además del entorno, como llegamos a la primera fase de la pareja, el enamoramiento. Etapa necesaria e inevitable en la construcción del amor; pero no es éste ni lo garantiza. Es la fase en la que las similitudes harán que dos desconocidos se acerquen, bajo la ilusión de que el otro es aquel que yo buscaba y necesitaba, aquel que me hará feliz.
Vivir en pareja – Segunda parte