Cada vez es más frecuente encontrar en la consulta a personas que se podrían considerar como “enfermas” a causa del imperio del discurso capitalista. Especialmente en el momento en el que este discurso se intrinca en cuestiones que nada tienen que ver con la economía, como la autoestima o la búsqueda del encuentro amoroso con el otro.
En este discurso todo se compra y todo se vende. Si poseemos el suficiente capital tendremos a nuestro alcance aquello que deseamos. En la ingente cantidad de personas que atraviesan discotecas y aplicaciones en búsqueda del amor se distingue una tendencia muy clara y bastante preocupante: La búsqueda de un otro perfecto que colme nuestra falta. Ese otro es el producto perfecto, aquel cuya adquisición nos hará al fin ser felices y completos.
Es bastante frecuente encontrar en las redes para la búsqueda de pareja a personas que adjuntan a sus perfiles interminables listas de requisitos que deben satisfacer aquellos destinados a ser elegidos como el perfecto objeto de deseo. Vemos aquí de nuevo una intromisión del discurso capitalista tal y como fue enunciado por Jacques Lacan. El consumidor solicita del mercado un producto que debe poseer una serie de características, olvidando tal vez que en este mercado de las aplicaciones de ligue, también él es un producto dispuesto para el consumo de otros. Esta lista de infinitos requisitos actúa no solo como un filtro para posibles productos sino como una marca de estatus para el consumidor que queda así revalorizado en tanto que producto.
Alguien que compra caro automáticamente se vende caro. Por eso nadie quiere ser un “desesperado”. Nadie puede desear demasiado en el mercado del amor. Desear demasiado es arriesgarse a perder valor como producto. Por eso hay que hacerse el difícil y ser inflexible en la lista de requisitos. Al final esta dicotomía consumidor/producto en la que mostrar el deseo está penado, la comunicación real y genuina resulta un imposible.
La perversión del sistema capitalista está servida en cuanto cruza los límites del mundo económico y extiende sus tentáculos hacia la propia concepción del ser humano. En esta ecuación el “amor” sustituye al “dinero” y así como uno solo paga por aquello que tiene un valor económico, uno solo amará a aquel que posea un valor en el mercado del amor.
Al final, la cuestión es tan extraña que terminamos desconectados de nuestro propio deseo. Eso pasa a un segundo plano y ya no sabemos si deseamos por nosotros mismos o deseamos para los demás.
¿Vivimos conectados con nuestro propio deseo o vivimos en función de un deseo predeterminado por el “mercado”?
NO al «mercado del amor»
Es complejo pretender descifrar un rompecabezas como éste, pero sí te enferma el juego perverso de las aplicaciones de ligue. Sí sientes que jamás encontrarás alguien que calme tu angustia, alguien dispuesto a un compromiso real, esa persona capaz de ver más allá de las normas dictadas por la “mano invisible” del mercado. Quizás eres tú también un potencial enfermo del discurso capitalista. Si sientes que algo no está bien o no funciona contigo, la buena noticia es que puedes marcar tus propias reglas y desenchufarte de Matrix. Puede ser tu momento para construir una nueva forma de sentir. De mirarte a ti mismo y de mirar al otro. Tal vez diciendo “no” al discurso del “mercado del amor” te des cuenta de que eres un poco más libre.