¿Todo el mundo merece un gran amor?

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“Todo el mundo merece un gran amor” es el eslogan de la película Con amor, Simón. Con amor, pero con muchos topicazos gais, también.

Una película que se vende como la primera comedia romántica adolescente sobre un chico gay (como si no existieran tantas predecesoras como Beautifulthings o C.R.A.Z.Y. ) pero que sí tiene el mérito de ser la primera película de estas características en formato de superproducción a cargo de un estudio importante. Básicamente han respetado las reglas del género pero en lugar de protagonizarla Lindsay Lohan, el papel principal lo interpreta Nick Robinson.

Como en la mayoría de las comedias románticas, se bascula sobre la noción del amor único, ese gran amor irrepetible que el destino nos tiene reservado; en muchas ocasiones un amor a primera vista que se ve boicoteado por personajes secundarios, en otras a segunda, tercera o decimoséptima vista pero que se ve obstruido por los propios protagonistas que tienen miedo a confesar sus emociones, ese imponente miedo universal a ser rechazados .

Es de agradecer que se extienda con naturalidad esta temática al colectivo homosexual, tan acostumbrado a que Hollywood centre su foco en películas dramáticas sobre el VIH, relaciones imposibles o tormentosas salidas del armario, o únicamente reservando la representación homosexual al estereotipo de amigo histriónico con mucha pluma y lengua viperina irrelevante en la trama. Es de agradecer que de vez en cuando se nos recuerde que todos merecemos ser amados, aunque tenga que ser desde un formato de cuento (¿para cuándo una película de Disney sobre el tema ya que estamos?). Queremos creer que el amor romántico es ciego, es infinito y es la cura a todos nuestros males. Volviendo a la película de Simón, seré cuidadoso con los spoilers: la mayoría en alguna ocasión nos hemos enamorado virtualmente de alguien a quien apenas conocíamos idealizándolo en nuestra mente, pero ¿cuántas de esas historias terminan siendo un bluf? ¿Cuantas terminan desinflándose al poco tiempo? ¿Cuántas resultan en amargas experiencias?

El concepto del amor único, de ese gran amor, es lo que lo hace tan doloroso. Anhelamos tanto encontrarlo, que la desilusión es enorme al constatar que hemos despertado de la anestesia y crece el miedo a futuros desengaños. La posibilidad de que nunca lo encontremos nos tortura y repasamos la filmografía de Sandra Bullock para entender qué hemos hecho mal, por qué no podemos ser nosotros ese príncipe con un hechizo de amor que acabe en La proposición… El amor romántico es una caprichosa combinación de intimidad, sexo y compromiso, inestable y en constante evolución en la pareja. Aspirar a vivir anclados en él es como aspirar a vivir en constante euforia, como si la vida estuviera exenta de retos diarios y emociones desagradables que por cierto, cumplen funciones imprescindibles.

De todas formas, obviando ese mensaje de que la vida puede pasar de negro a rosa en cuanto aparece ese gran amor salvavidas y la aportación de esta película de añadir purpurina, no me preocupa que en mi opinión, la historia de Simon y Blue tenga un mal pronóstico. Su relación se construye únicamente por la conexión que sienten al de ser dos personas gais armarizadas que viven en el mismo barrio.

Pero da igual, ese amor es vital en la vida de cualquier persona que vive con miedo a ser uno mismo: la profunda sensación de ser comprendidos y de no estar solos es el gran motor de su desbordamiento emocional. Es intrascendente que su amor se apague o se rompa en pedazos, durante un tiempo se quisieron y fueron dignos de ese amor: ése es el aprendizaje que descubrirán y trasnocharán en vela. Cuando superen el desengaño, con el tiempo vendrán nuevos amores. Todos merecemos ser amados.

Autor: Jacobo Ozores – Psicólogo Colegiado M-31870
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