Este sugerente título de la novela de Luis García Temprano (La noche infinita, Frates Editorial, 2017) se me antoja el preludio perfecto para este post horas antes de Nochevieja, para muchos la noche más larga del año; una noche en la que las campanadas, como latidos de un corazón comunal, señalan de forma algo arbitraria el fin de un ciclo y el comienzo de una nueva etapa. Una noche a menudo llena de excesos gastronómicos, de destilados y espumosos, rock ‘n roll y otros vicios, en la línea de lo que marcan todos los estándares navideños y que desde Nochebuena venimos entrenando.
Es el cierre simbólico del año, en mitad del curso académico, la mejor de las excusas para posponer nuestras metas: “ya empiezo el año que viene…”, “¡en 2019 me pongo sí o sí!”. Y como un Ave Fénix algo fondón y cansado pero optimista, resurgimos de nuestras cenizas el día 1 de Enero (o el 2, según la resaca) y con nuestras lágrimas curativas planteamos todos los objetivos frustrados o ni siquiera planteados del año anterior, como nuestros maravillosos ¡Propósitos de Año Nuevo! Como un niño que abre ilusionado un regalo, el nuevo año es un universo de nuevas oportunidades para redimirnos del inmovilismo, la pereza y la rutina.
¿Por qué no cumplimos la mayoría de los propósitos de Año Nuevo?
Sin embargo esta ilusión muchas veces no perdura en el tiempo todo lo que habíamos planificado, a veces no llegamos a ponerla en práctica ni una sola vez. ¿Cuáles son estos propósitos? Aprender a tocar un instrumento, leer más, pasar más tiempo con los seres queridos, cerrar Grindr, adelgazar, no volver a ver Gran Hermano, ser más feliz y tener mejor autoestima, escribir un libro, cambiar de trabajo, aprender chino… Cada uno los suyos, infinitas son las posibilidades.
Se nos olvida la regla principal para que estos propósitos sean eficaces: SMART
SMART significa inteligente en inglés, pero en este caso nos interesa como acrónimo de Specific, Measurable, Attainable, Realistic y Timely, las variables que nos aproximan a poder conseguir nuestros objetivos. De nada sirve plantear como propósito algo general (como “adelgazar”, “cambiar de trabajo”, “escribir un libro”…), poco realista (como en muchos casos “cerrar Grindr” o “dejar de ver GH”), difícil de cuantificar o medir (“ser más feliz o tener mejor autoestima”, “tocar un instrumento”), alcanzable (“aprender chino”) y acotado en el tiempo (“pasar más tiempo con los seres queridos”). Sin saberlo, estamos condenados al fracaso mucho antes de empezar, desde el propio planteamiento de nuestros anhelos y deseos.
Un objetivo bien definido, por ejemplo sobre adelgazar o mejorar la forma física, sería: perder siete kilos, perder una talla de cintura, hacer cardio en el gimnasio 2 días a la semana y pesas otros dos días, etc… (Específico y alcanzable), apoyarse en datos de una báscula de bioimpedancia u otras medidas biomédicas como análisis de sangre (medible), plantear días de descanso y “cheatmeals” (realista), durante al menos tres meses (acotado en el tiempo para valorar los resultados y el progreso conseguidos).
Otro aspecto importante a tener en cuenta es el grado real de necesidad que tenemos sobre el propósito versus el esfuerzo que conlleva ponerlo en práctica
Esto es, a todos nos gustaría comer muy sano pero si eso implica dedicar más tiempo en hacer la compra y elegir alimentos, en renunciar a salir a cenar fuera de tapeo, gastarnos más dinero en productos bioecológicos y no desayunar manolitos en un año, quizás más que un propósito es una utopía que nos entretiene imaginar como protagonista de un universo paralelo en el que además no existen ni la alopecia ni la celulitis.
Por último, hay que evaluar cuál es la motivación que dirige nuestros esfuerzos, si es algún tipo de motivación extrínseca o si es intrínseca
Es decir, si el motor de nuestra decisión es guiado por el ambiente o por nosotros mismos. Es más probable que adelgaces si lo que buscas es sentirte mejor contigo mismo que si lo haces porque tu pareja o tus padres te lanzan indirectas cada vez que te comes un polvorón. Este punto es crítico, porque cuando la motivación es externa, es más inestable y más difícil que compense el esfuerzo a corto plazo que supone un cambio de hábito. A veces la motivación es mixta, como cuando intentamos cambiar para apaciguar el malestar que nos supone no cumplir un estándar social. Es importante evaluar si merece más la pena que invirtamos nuestro tiempo y energías en querernos más tal y como somos en lugar de cambiar, como bien refleja mi compañero Enrique Schiaffino en su artículo Ideales de belleza gay: La otra cuesta de enero.