¿Qué nos hace elegir pareja repetidamente con idéntico desenlace?
¡Y ya no puedo más!
¡Ya no puedo más!
Siempre se repite esta misma historia
¡Ya no puedo más!
¡Ya no puedo más!
Estoy harto de rodar como una noriaaaaaá
Camilo Sesto
A Marta (la que llamó a las 6) en las tres últimas relaciones, la distancia, o eso se dice a sí misma, le ha llevado a la ruptura. A Sebas (el que volvió a Buenos Aires), por más que lo intenta, sus parejas le dejan por el mismo motivo, sienten que su prioridad es otra. Isabel (la hermana de Carlos, la que le echaron del trabajo), termina todas sus relaciones con la misma sensación, la de que no la han valorado.
*Nombres de “Son mis amigos” de Amaral.
Al igual que, supongo, pasa con los amigos de Amaral, todos tenemos algún amigo o conocido que tropieza una y otra vez con la misma piedra en sus relaciones de pareja. En consulta, igualmente, nos encontramos con personas que demandan terapia porque quieren saber por qué mantienen o terminan una relación tras otra, de la misma manera, de un modo insatisfactorio y con la misma sensación y, sobretodo, para parar ese acontecer. Lo que con frecuencia sucede es que la repetición del fracaso es debida a la elección de la pareja, la de un perfil concreto, siempre el mismo.
Según la antropóloga Helen Fisher, nos enamoramos de una persona y no de otra, principalmente, por cuatro motivos:
- Porque esa persona está próxima y disponible de algún modo a nosotros (en ocasiones, la repetición estará en elegir a personas no disponibles)
- Porque nos parece interesante (el “misterio” eleva la dopamina)
- Porque encaja en nuestro “mapa del amor”, dicho mapa sería la lista de rasgos de cómo ha de ser y nos ha de tratar nuestra pareja. Que de modo inconsciente hemos ido elaborando desde muy temprana edad en base a vivencias y experiencias intensas con otros, habitualmente, entre esos otros, suelen estar nuestros padres (aquí es dónde estaría el enganche o repetición)
- Porque esa persona tiene un “sistema cerebral” de alguna forma complementario al nuestro.
Cuando hemos tenido una infancia en la que no nos hemos sentido suficientemente queridos, aceptados y valorados, nuestra elección de pareja puede que esté basada en aquello que nos hubiera gustado recibir y no recibimos o en aquello que dimos y no fue recibido. Es decir, podríamos estar eligiendo a nuestro acompañante para satisfacer necesidades infantiles. Necesidades que, habitualmente, escapan a nuestra consciencia y que al ser del pasado no se reparan en el presente. “Reparar” lo que pasó pasa a ser un modo de estar en el mundo, es cuestión de supervivencia, una y otra vez vamos en busca de ese afecto, aceptación, reconocimiento… que no obtuvimos o no fue recibido, con personas que de alguna manera tienen perfil similar al progenitor con el tuvimos esas intensas vivencias que nos dejaron enganchados. Dichas personas, serán especialmente atractivas porque me permitirán, intentar, una vez más, alcanzar el ansiado premio. De ahí, que cuando capte ese perfil, junto con otras cualidades deseables, en una posible pareja será casi imposible no acercarme. Como Marilyn Monroe, solo me acercaré a perfiles muy superiores intelectualmente, que son los que no me validarán, porque la caricia que necesité y no obtuve fue a mi intelecto.
Para ver si la repetición de una determinada forma de fracaso o malestar se ha instalado en nuestras relaciones sexoafectivas, sería conveniente hacernos las siguientes preguntas:
- ¿Con qué tipo de personas tiendo a establecer relaciones de pareja?
- ¿Qué deseé sentir (recibir, dar, escuchar…) de mis padres que no recibí o no recibieron?
Ser conscientes de que hay algo repetitivo en nuestras relaciones y reconocer que tiene que ver con una situación vivida en mi familia de origen y no con mi pareja suele ser un tema difícil de enfrentar. Comprender que es imposible obtener lo que quería y que la madre o padre que siempre he deseado y no tuve, jamás lo tendré, es algo doloroso de elaborar; pero amar pasa por querer al otro sin exigencias y desear sólo su mera presencia, y para ello hemos de renunciar a querer que el otro nos dé algo.
Ana Adán
Psicóloga- Sexóloga